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jueves, 3 de febrero de 2011

El último “faraón”.

Ha gobernado durante 30 años, tiempo en que “se ganó” a Occidente y aplastó a la oposición.

JUEVES 03/FEBRERO/2011
MARIA ELENA HERNÁNDEZ
EL UNIVERSAL
Balancannoticias.blogspot.com

Fue hasta halagado por el mundo gracias a su gran don conciliador, siempre supo mantener el equilibrio entre la posición árabe tradicional y una política exterior favorable con Israel y Estado Unidos. A lo largo de 30 años, Hosni Mubarak se fue acomodando para estar en buenas relaciones con todos los presidentes en turno. Pero ahora su sentido político parece haberlo abandonado.

La semana pasada miles de egipcios inspirados en las protestas de Túnez salieron a las calles a exigir la salida de Mubarak, quien gobernó Egipto durante tres décadas cual si fuera faraón: autoritario y con intenciones dinásticas y vitalicias, que finalmente no cuajaron.

El mandatario desarrolló una meteórica carrera militar. Modernizó la Fuerza Aérea que en 1967 había sido pulverizada en la guerra de los Seis Días contra Israel. En 1973 ayudó a planificar la guerra del Yom Kippur. En 1975 fue nombrado vicepresidente de la República por el mandatario Anwar el-Sadat y en 1981 lo sucedió tras su asesinato en manos de islamistas radicales. Seis años después, Mubarak fue reelegido, hecho que se repitió en 1993, 1999, 2005 y 2010.

Desde los primeros momentos se vio que el nuevo rais egipcio carecía del liderazgo y porte aristocrático de Sadat, y ni de lejos tenía el carisma del gran conductor de masas que fue el presidente Nasser.

No obstante y progresivamente, su influencia moderadora y conciliadora se hizo sentir en todos los escenarios de conflicto de la región. Con el evidente aprecio de EU, Mubarak se convirtió para ese país en un puntal de su estrategia de paz regional, en un partidario vital contra el terrorismo islamista y contra las pretensiones iraníes; en fin, fue su aliado árabe más confiable.

No debe olvidarse que el Egipto de Mubarak fue el primer país del mundo árabe en firmar un pacto de paz con Israel y el primero en recibir el estatus de Aliado Importante Extra-OTAN. Todo ello sin enemistar con el mundo árabe.

Sin embargo, su talón de Aquiles y la causa de su inminente caída ha sido la política doméstica, donde Mubarak siempre mostró los tics autoritarios y el temor a dar cauces de desenvolvimiento a más amplios segmentos de la sociedad. Nunca abierta a contestación, su candidatura a la reelección cada seis años ha sido simplemente plebiscitada por el electorado tras ser aclamada en la Asamblea Popular. Así sucedió el 5 de octubre de 1987, el 4 de octubre de 1993 y el 27 de septiembre de 1999.

En casi todos los comicios, ONGs y observadores internacionales denunciaron intimidaciones, fraude y arrestos de candidatos de la oposición, en especial de la Hermandad Musulmana, histórico movimiento del fundamentalismo sunita que no está autorizada a registrarse como partido.

Otra de las causas que ya caldeaba los ánimos de la oposición era la sucesión de Mubarak, de 82 años y —según los servicios de Inteligencia de Estados Unidos— enfermo terminal debido a un cáncer de páncreas y de estómago.

Últimamente pasaba más tiempo en el balneario de Sharm el Sheij que en El Cairo, y las sospechas de que en cualquier momento impondría la candidatura de su hijo Gamal enfurecían a más de uno. Gamal, de 47 años, a diferencia de su padre carece del respaldo y la trayectoria militar.

Hoy, Mubarak, Personalidad del Año de 1984 y Hombre del Año 1984, premio de los Derechos Humanos Democráticos (1990) y premio de la ONU sobre Población (1994), no termina de asimilar que los egipcios lo echen del gobierno.

Mubarak se aferra al poder, pese a los más de 150 muertos en siete días de históricas protestas. Se niega a emular al ex presidente tunecino Zine el-Abidine Ben Alí y simplemente renunciar. Sólo ofrecer cambios: la renuncia de sus ministros, conformar un nuevo gobierno y fomentar la democracia. Todas, ofertas insuficientes para calmar los ánimos de miles de egipcios que le exigen que desaparezca.

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